Entre más sencillo tú lo ves, más difícil se me hace: ese es el resumen, en eso sintetizo yo todo aquello que hago, todo aquello que digo, todo aquello que soy. Tal vez suene a mentira si escribo para uno de los cursos que veo este semestre, que mi vida es relativamente feliz, y que he hecho lo que he querido con ella, que lo he hecho cuando lo he querido y de la manera en que lo he querido, sonaría muy pretencioso, e incluso aparente, pero no lo es.
Es cómico, sabes, escribir sobre los nudos que hay en mi vida; lo he pensado, le he echado cabeza al asunto y no me surgió ninguna idea de cómo hacer un ensayo académico con retacitos de mi vida, entonces, decidí escribirte esta carta- e-mail, a ti, que estás lejos, al otro lado del procesador y que también has estado aquí, conmigo, dándome muchos abrazos. ¿Te había dicho que me encantan los abrazos? Bueno, eso es otro asunto.
Yo solo podría hablarte de tres nudos en mi vida, el primero, soy yo misma, sí, ya sé, lo estás pensando, tienes toda la razón, por fin lo reconozco, pero ese nudo, no podría llamarlo nudo, es más, a ninguno podría llamarlo nudo, más bien creo que son frenos, yo soy mi freno número uno, freno de mano que llaman, el que más detiene; el segundo es mi señora madre, sí, mi mamá, y el tercero no está muy desligado de ella: es mi familia.
En el taller de escritores hace ya algunas sesiones, Jairo Morales nos decía a los talleristas, a razón de anécdota, que a medida que uno se va volviendo viejo va entendiendo muchas formas de actuar de los padres. Mi primera conclusión de eso fue: Yo ya envejecí. Porque realmente yo entiendo, comprendo y disculpo a mi mamá, y a mi familia.
Tal vez suene algo folklórico la manera en que lo digo, pero no lo es, después de mucho pensar y dialogar conmigo misma (y con otros) he llegado a la conclusión de que las prohibiciones han hecho parte fundamental de mi formación personal, de mi constitución como ser humano, tal vez sin ellas no sería yo, no sería la típica “niña buena” o “la mujer con la que no se sueña jamás” que describe Ricardo Arjona en sus canciones, o el “Corazón coraza” de Benedetti, ni me identificaría con Marcela en el “Café nostalgia” de Zoé Valdés, no sería la lectora apasionada por el lenguaje y su tratamiento, ni tomaría té helado y leche deslactosada, ni me vestiría de jeans, camisetas y tenis, o en su defecto, jeans, blusas, sacos y chaqueta.
De las prohibiciones aprendí a llegar temprano a casa, a leer poesía para sentirme bien, a comer frutas y verduras, a no comer chitos ni empaquetados que me causen gastritis, a no darle mi número de celular a extraños y mucho menos a desconocidos; de los regaños aprendí que no burlarme de aquel que tiene una discapacidad física, que las personas con las que ando también definen el tipo de personas que soy yo, que mi cuerpo es mío y es un territorio seguro; del ejemplo aprendí que tener dinero no te asegura la felicidad, que vale más una sonrisa en mi cara que la certeza de haber complacido a todo el mundo, que vale más estar colorado un ratico, que pálido para toda la vida por no quedarse callado.
Por ende, creo que podría hacer una lista interminable, señalando e incluso justificando todo eso que critiqué durante mi vida, durante toda mi adolescencia y que ahora después de muchas vivencias y muchos otros factores que tú conoces de memoria, pero que yo no he de expresar en una clase, agradezco las prohibiciones, los regaños, las negaciones, los muchos no que me dijeron, porque gracias a eso, hoy soy parte de lo que soy, y no sé si es que me considero la dueña del circo, o que tengo el sartén por el mango en todas los aspectos de mi vida, pero ese malestar que me causaban las discusiones infundamentadas con mi mamá, con mi papá, y con mi hermano, ha quedado atrás, en el olvido, en simples recuerdos, que no se olvidan, pero que ya no duelen, y ya no duele porque simplemente me descubrí y los redescubrí a ellos en la distancia, y tal vez, porque no hay cosa que el tiempo no sea capaz de curar, o no sea capaz de poner en el lugar donde corresponde.
Eso de extrañar a las personas siempre me ha parecido un sentimiento capaz de educar a alguien, porque cuando decidí alejarme de mis papás, por venir a estudiar esto que estudio y que me gusta mucho, ahí comencé a ver realmente que nunca me decían un “no” por capricho, o bueno, no siempre, y que todos los discursos moralistas que me recitaba mi mamá hasta tres y cuatro veces por mes, configuraron mucho de lo que soy, sobre todo mi parte ortodoxa, e intransigente, lo que no ha de cambiar en mi, ni en mil años de vida, mi esencia.
Entonces, ni mi familia, ni mi madre son nudos, ni frenos en mi vida, mi mamá fue la única que apoyó desde un principio la inexplicable idea de querer estudiar algo de lo que apenas si se conoce su nombre, más bien, yo, si soy mi freno, pero ¿cómo y para qué cambiar formas de pensar, de creer, de soñar, de ver, de querer, de amar, si con ellas estás satisfecho y te sientes feliz?
Bueno, te lo he dicho mil veces, ahora que ya no me dicen que no a nada, ahora que tengo la total libertad de salir, entrar, dormir, no dormir, comer no comer, soy yo la que decido quedarme en casa el sábado en la noche a ver películas, leer un poco y escribirte interminables correos, escribirte, leerte, hablarte; de salir los jueves a comer pizza, tomarme una cerveza y llegar antes de las 11, o como lo haré hoy, salir de esta clase e ir a cine un lunes por la tarde, porque Woody Allen tiene una nueva película con un nombre bastante sugestivo para mi gusto. Soy yo, la que decido, la que pienso, la que siento, la que considera que no tiene motivos ni razones para no hacer lo que quiere, para no reír, amar, llorar y sufrir si es el caso, la que opta por hacer de una tarea del seminario de gestión cultural, una excusa más para escribirte, para decirte que estoy bien, que estoy realmente contenta con todo lo que está pasando, con mi trabajo monográfico que le resta mucho tiempo a mi vida de descanso y a mis lecturas por gusto, con mis tres perros comiéndose mis zapatos, con un beso largo que me dan en las mañanas, y con los abrazos y la bendición de mi mamá antes de salir de mi casa.
También te extraño, creo que soy una niña bastante intensa al decírtelo tanto, pero te extraño y estoy haciendo un itinerario bastante grande para cuando vengas, ya falta poco, y tenemos que desatrasarnos en detalles, en por menores, en anécdotas. No me presiones, yo voy al paso de la tortuga, o como un elefante, pero eso que la gente ve tan fácil y sencillo, yo lo complico o lo torno difícil, pero a la larga siempre lo resuelvo, por eso hoy, con el auspicio de Alejandro Sanz: Entre más sencillo tú lo ves, más difícil se me hace. Y Ahí voy, perdonando, leyendo, amando, pensando, viviendo.
Alba Sánchez Escudero